jueves, marzo 20, 2025

La sexualidad humana, más allá del instinto

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Autora: Teresa Macías Moreno

La sexualidad humana es compleja, ya que está desprovista del instinto natural que garantiza su buen funcionamiento en el mundo animal.

La adquisición de la capacidad simbólica y su desarrollo hasta lo que es el lenguaje humano, apartó para siempre del mundo natural de los instintos a unos seres que no volverían a experimentar la relación directa con la vida y que ya solo lo harían a través de un entramado de símbolos y significantes a interpretar en cada caso.

Si el instinto garantizaba una relación unívoca y sólida con la vida, el mundo simbólico introduce la falta de garantías, ya que con él dejó de haber una ruta segura y preestablecida para la supervivencia. Empezando por la alimentación: el neonato humano, siempre en condiciones de prematuración y desvalimiento, conserva apenas un mínimo “reflejo de succión” que le posibilita la alimentación solo a condición de contar con la dedicación y entrega por parte de, al menos, otro ser humano; al contrario que el resto de los mamíferos, que nacen con la capacidad de ir, por sí mismos, a la búsqueda de lo que necesitan para sobrevivir. Así, el instinto perdido, en los primeros años de vida del individuo, va a ser sustituido por la pulsión. La diferencia entre ambos es la siguiente: El instinto es un programa puramente biológico destinado a garantizar la satisfacción de una necesidad y la supervivencia. La pulsión es un híbrido entre un real biológico y el lenguaje, es un impulso interno dirigido a buscar la forma de satisfacerse (más que de satisfacer una necesidad), pasando por la relación con otro individuo a través del lenguaje y, por tanto, de la interpretación y el malentendido.

Todo comienza con la oralidad, pero la pulsión va colonizando otras zonas del cuerpo, fundamentales para la vida, como son la zona anal y más adelante, la fálica y la genital. Sigmund Freud fue el primero en establecer estas pulsiones y en hablar, por primera vez, de una sexualidad infantil, concepto que, en su momento, fue totalmente innovador y considerado un escándalo. Estas pulsiones no se pierden nunca, integrándose en la sexualidad adulta y enriqueciéndola; de manera que, debido a ello, esta no es únicamente genital.

De todo lo anterior se puede deducir que, en el humano, los asuntos relacionados con la vida están organizados, para cualquier individuo y a lo largo de todo su ciclo vital, por otras coordenadas diferentes a un programa biológico de supervivencia; de manera que, como bien se sabe, la alimentación, por ejemplo, es especialmente un asunto social y el soporte de todo un entramado de conductas, vínculos y síntomas; de manera que está perdida la relación directa de esta con la satisfacción de una necesidad para la supervivencia; hasta el punto poder darse, como bien sabemos, casos de individuos que enferman, y hasta acaban con su vida, por negarse a ser alimentados, por comer en exceso o por ingerir, voluntariamente, sustancias que le enferman.

Jacques Lacan introduce el término “goce” para apuntar a lo que le ocurre a la pulsión, en cuanto que no responde a, o va más allá de, la satisfacción de una necesidad. Lo formula a partir del concepto “más allá del principio del placer” de Freud, considerando el placer como un estado en el que la necesidad ha sido satisfecha. Se deduce de ello que el goce no tiene nada que ver con el placer, incluso puede estar del lado del displacer.

En relación con la sexualidad adulta también ocurre que está por fuera del programa de la naturaleza, es decir, se ha separado del orden de la procreación, de manera que tiene un fin en sí misma.

Lacan definió el goce “como eso que no sirve para nada”. Para nada, excepto para gozar. También dijo que “siempre se goza”, si no es de una manera es de otra. Puede gozarse incluso de la renuncia, como en el caso del celibato, o del rechazo al objeto de la necesidad, como en la anorexia. El goce de la pulsión puede ir de espaldas a la vida, porque tiene como soporte el lenguaje, que fue eso que eliminó el instinto de supervivencia, produciendo en los seres hablantes una cierta mortificación.

Pero gracias a que el lenguaje no puede decirlo todo, no puede matar por completo la vida y queda siempre un resto de esta que no puede ser dicho. Lacan inventó lo que él llamó el objeto a para nombrar este resto y lo definió como “objeto causa del deseo”. Él procede de esa falta o agujero estructural que introduce el significante en el cuerpo; falta que no podrá ser nunca suturada completamente y que, por tanto, movilizará, en el mejor de los casos, al sujeto en la búsqueda de algo que siempre se le escapará de alguna forma y que le inducirá a seguir buscando, movido por lo que el llamó “la falta en ser”.

Lacan estableció 4 tipos de objeto a: dos provenientes de la pulsión formulada por Freud y otros dos de creación propia: oral, invocante (la voz) y escópico (la mirada). A través de ellos se puede recuperar una parte de la vida que se perdió por el hecho de ser seres de lenguaje, es decir, por el hecho de que la vida tenga que pasar por el significante (por la palabra, por el pensamiento). Estas pulsiones parciales comandan el encuentro con el otro y con el mundo por la vía del deseo, según unas determinadas condiciones, singulares para cada uno, en función su propia historia y subjetividad; quiere decir que cada cual se sentirá atraído por determinado tipo personas y no por otros, o por una persona en especial en función de determinadas razones, que en su mayor medida serán inconscientes. También condicionarán la manera de vincularse cada uno con lo que le despierta interés, motivación o satisfacción; marcando, por tanto, las peculiaridades de su deseo como motor de vida, a falta de un programa natural que garantice su supervivencia.

Teresa Macías Moreno es psicóloga y psicoanalista en Madrid, atendiendo presencialmente en la consulta PsicoVaguada, situada en el Barrio del Pilar y también online

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